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jueves, octubre 16, 2008

El taxista.

Llovía y era de noche. Aquella muchachilla esperaba de pie en una parada de autobús, refugiándose. Parecía que había tenido una larga noche de parranda. Su mini falda dejaba muy poco a la imaginación. Se acercó un taxi y ella le hizo una seña, se detuvo y ella abordó.

- Calle Magnolias, 256.

-Por supuesto- contestó el taxista mientras ajustaba el retrovisor.

Astrid tenía 17 años. A pesar de no tener muchos amigos era muy bien conocida. Y no es que fuera la persona más conversadora del mundo, nunca lo había sido; aun así, tenía mucho éxito con los hombres. Aunque era muy atractiva, no era eso lo que atraía a los hombres, era algo más, algo inexplicable.

Notó que el taxista le miraba las piernas por el retrovisor. Sacó una cajetilla de cigarros y tomó uno.

- No te molesta que fume, ¿verdad?- dijo mientras cruzaba la pierna y pensaba que quizás podría tener un viaje gratis.

- Por supuesto que no, adelante- hizo una breve pausa, como pensando detenidamente las palabras que iba a decir -oiga, ¿Qué hace a estas horas afuera y en la lluvia?

Astrid no pensaba contestar, pero al final solo dijo “estaba con mi novio” y no volvió a hablar.

“Estaba con mi novio”… sabía que eso no era verdad, pero al pervertido taxista realmente no le importaría si mentía. Ella nunca había tenido un novio de verdad. Solo conocía dos tipos de relaciones: Las tortuosas y las de una noche; prefería las de una noche.

Encendió su cigarrillo y lentamente aspiró el humo; y haciendo un gesto con el labio sacó el humo por el lado izquierdo, hacia la ventana abierta. Astrid notó como una de sus medias estaba rota. El taxista ahora le veía el escote.

-¿Es interesante ser un taxista?- pregunto ella, para romper un poco el silencio.

-Algo. Se conoce a mucha gente interesante, como usted; señorita.

-El camino a mi casa es largo, llámame Astrid; la conversación sería muy larga si siempre me llamaras “señorita”.

-Bueno... Astrid, quizás puedo parecerle un poco entrometido, pero si yo fuera su novio no permitiría que se fuera sola en un taxi, menos con este clima... yo mismo la dejaría en las puertas de su casa. Sobre todo con tanto loco que hay en la cuidad. –Astrid solo pensaba que no existía ese tipo de hombres.

-Lo sé, es un idiota- dijo mientras hacia otro cruce de piernas. Ahora el taxista había movido el espejo, ahora alcanzaba a verle la cara... los ojos en realidad.

-Si no lo quiere, entonces ¿qué hacia ahí?-

Astrid sonrió de manera coqueta y a la vez espeluznante, se aceró al respaldo del conductor y le dijo en voz baja – estaciónate aquí, ya casi llegamos a mi casa.- Cuando el conductor se detuvo, Astrid se pasó lentamente al asiento de adelante. –la cosa es así... mi novio es un idiota, y me lanzó a la calle sin un centavo, no tengo como pagarte... – dijo deslizando su mano izquierda sobre la pierna derecha del taxista.

-señorita, no me haga hacer algo que no quiero. – dijo el taxista, nervioso.

- Vamos, no seas recatado, sabes que lo quieres- Astrid se colocó sobre sus piernas, teniendo el volante en su espalda, pero antes de que pudiera hacer otra cosa, el taxista tomo con fuerza la mano que tenía en su pierna y en un movimiento la rompió. Astrid gritó, el taxista la golpeo con el puño y la dejó inconsciente.

Comenzaba a amanecer. Astrid abrió lentamente los ojos y un ardor extraño recorrió todo su cuerpo, quiso levantarse, pero sus pies estaban atados, igual sus manos... incluso la que tenia rota. Levantó la cabeza hasta donde pudo, vio su cuerpo lleno de cortaduras y quemaduras de cigarros. A lo lejos escuchó a alguien cavar. Astrid trataba de recordar lo que había pasado, pero solo llegaban imágenes borrosas y confusas, que no podía unir y tratar de esclarecer su mente. Vio al taxista acercarse, y no pudo moverse o gritar, estaba paralizada del miedo. El taxista la cargó con facilidad sobre su hombre y la llevó hasta el hoyo que acababa de excavar y la arrojó con fuerza, tanta que ella se sofocó al caer.

-Se lo dije, señorita, que no me hiciera hacer algo que no quería.- Y comenzó a arrojar de vuelta la tierra sobre ella. Astrid trataba de gritar, pero aun no podía recuperar el aliento, así que solo se agitaba y lloraba... tanto que removía la tierra de alrededor... provocando que la pared se derrumbara un poco, haciendo caer sobre ella el cuerpo putrefacto de otra chica. Astrid simplemente dejó de moverse, mientras el taxista terminaba de enterrar a su tercera víctima.