La guitarra de mi hermano.

Desperté. Tomé mi celular del buró que está enseguida de mi cama. Tenía un mensaje. Era él otra vez, hablándome de amor. Puse el celular en el bolsillo de mi pijama y fui a la sala. La guitarra de mi hermano esta frente a la computadora, la puse en el sillón detrás de mí. Encendí la computadora y la puse a canturrear las tonaditas de todos los días, mandé mensajes, puse comentarios. Un día normal.

Ya tenía tiempo en mis cosas cuando escuché un ruido. Había sonado la guitarra de mi hermano. Había sonado fuerte y desentonada. Lo primero que pensé fue que alguno de mis gatos, eternos curiosos, se había trepado en ella y la habían hecho sonar al saltar al algún otro lado. Pero cuando voltee para confirmarlo… no había nada, más que la triste guitarra de mi hermano, sola e inmóvil. Me sorprendí, pero no le di importancia. Pero la mente nunca descansa.

Seguí con mis cosas. Seguí escribiendo las mismas palabras de siempre, y recibiendo las mismas respuestas vacías de siempre. Sentí, de repente, que alguien estaba sentado detrás de mí, mirando lo que escribía. Voltee por inercia, pero nada, solo la guitarra de mi hermano. Seguí escribiendo. Pero la mirada no se iba. La sentía más cerca, sentía su respiración en mi hombro… cálida. Voltee una vez más… y nada. “Es solo mi imaginación, mi mente jugándome bromas pesadas” me dije.

Me levanté y fui hasta la cocina por agua, tomé uno y luego otro vaso de con agua. Estuve tentada a desayunar esta vez, pero realmente no tenía hambre. Regresé a mi silla giratoria… y continué torturando al teclado. La misma escena se repitió una y otra vez, sentir la extraña mirada sobre mis hombros y voltear para confirmar que no había nadie, solo la estúpida guitarra de mi hermano.

Estaba harta, tomé la guitarra y la arrojé al suelo. La pobre guitarra crujió y se partió en pedazos. No contenta con verla destrozada, la patee y la pise. Quedó irreconocible. Aun exaltada me volví a sentar… ¡pero la estúpida sensación seguía! Me levanté y recogí todos los pedazos de la maldita guitarra de mi hermano, los pose en el bote de basura. Ya ni siquiera volví a la computadora, pues ahora no solo era la sensación de alguien viéndome; me ataco la culpa, había destrozado la guitarra de mi hermano, sin razón aparente. Ya no era una sola mirada, eran dos, tres, ¡cien! ¡y la desgraciada guitarra estaba de nuevo en el sillón!

Basado en hechos casi reales.